Hacer que el multilateralismo funcione: cómo el G-20 puede ayudar a las Naciones Unidas

Las medidas de 2008-09, impulsadas por la crisis financiera mundial, para convocar el G-20 a nivel de jefes de estado, constituyeron la primera gran adaptación de los acuerdos globales para encajar mejor con la realidad de las potencias emergentes. Claramente no será el último. Las negociaciones del G-20 ya han dado un impulso crítico a las reformas de gobernabilidad en el Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco Mundial.





Como era de esperar, aunque un tanto irónicamente, la expansión del G-8 para incluir una gama más amplia de países, incluidos los del Sur Global, provocó airados gritos de exclusión, ilegitimidad y preferencia en las Naciones Unidas. Las primeras decisiones del G-20 también provocaron un nuevo brote de tensiones entre el Consejo Económico y Social (ECOSOC) y las instituciones financieras internacionales.



Las críticas al G-20 desde dentro de la ONU se centran en su ilegitimidad (definida en términos centrados en la ONU) y su potencial usurpación de funciones encomendadas formalmente a los órganos de la ONU por la Carta. El problema fundamental de la naciente rivalidad entre los organismos G y los organismos de la ONU es un concepto erróneo subyacente de sus ventajas comparativas y de la posible relación entre ellos.



En lugar de ver al G-20 como un usurpador amenazado de las Naciones Unidas, este documento toma un punto de partida diferente. Considera la universalidad de las Naciones Unidas, además de ciertas debilidades operativas, como una fuerza política duradera de la organización. También asume que el G-20 (como el G-8 antes que él) tendrá roles operacionales o procesables mínimos y dependerá de las instituciones formales para implementar la mayoría, si no todas, de sus principales iniciativas. Entonces, dada su naturaleza, existe una relación necesaria entre el G-20 y organismos similares e instituciones formales e inclusivas. Un factor importante para la relación G-20 / ONU, en particular, es la lucha por mantener la legitimidad y eficacia de la ONU, dada la reciente sobreextensión y el bajo rendimiento del organismo mundial, así como las reformas estancadas. Una mejor manera de pensar en la relación entre las dos entidades es preguntarse si el G-20 ayuda a las Naciones Unidas a funcionar y reformarse.



Llevando la idea aún más lejos, este documento pregunta si el G-20 podría desempeñar un papel útil en una reforma institucional más amplia. El sistema internacional contemporáneo se enfrenta a una amplia gama de problemas transnacionales y globales. También cuenta con una amplia gama de instituciones internacionales y regionales —técnicas, políticas y operativas— orientadas a resolver estos problemas. Sin embargo, estas dos realidades no cuadran. Las lagunas, las superposiciones, la incoherencia y el bajo rendimiento son crónicos en el mundo de las instituciones multilaterales. ¿Puede el G-20 ayudar a impulsar un mejor desempeño?



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