La próxima crisis de refugiados no está siendo causada por una guerra violenta, sino que por una catástrofe socioeconómica de magnitudes casi nunca antes vistas.
La crisis económica y humanitaria en Venezuela es tal vez la peor que ha padecido el hemisferio en la historia moderna. Al no tener suficiente dinero para importar alimentos o medicinas básicas, la mayoría de los venezolanos están pasando hambre y muriendo de enfermedades prevenibles.
Avistamientos de gente revolviendo contenedores de basura en busca de comida son la nueva norma; alrededor de tres cuartas partes de la población ha involuntariamente perdido casi nueve kilogramos de peso. Asimismo, la tasa de mortalidad infantil aumentó en un 30 por ciento solamente en 2016.
La crisis es producto única y exclusivamente de la enorme incuria cometida por parte del gobierno. El impopular pero altamente autocrático régimen venezolano ha tomado todas las decisiones de política equivocadas por el bien de su propio pueblo.
Al mismo tiempo, los gobernantes usan su poder para enriquecerse, destruyendo lo poco que queda de las instituciones del país siempre y cuando les permita perpetuarse en el poder.
La economía se ha reducido en más del 30 por ciento desde el colapso del precio del petróleo en 2014: el gobierno ha incumplido el pago de su deuda externa, los controles cambiarios y de precios han destruido el sector productivo, la industria petrolera está colapsando, y el poder adquisitivo de los venezolanos ha sido completamente destruido por una hiperinflación desenfrenada.
Estas condiciones infrahumanas son los factores determinantes de una crisis de refugiados originada en Venezuela que ya está en curso. Algunas estimaciones sugieren que ya hay cuatro millones de venezolanos, equivalente a más del 10 por ciento de la población, que han abandonado el país en busca de mejores condiciones de vida.
Como referencia, consideremos que las estimaciones de la cantidad de refugiados que debieron dejar Siria durante la guerra ponen esta cifra en alrededor de cinco millones de personas. Visto que la situación en Venezuela se está deteriorando a cada minuto y que la escasez de alimentos y medicina probablemente empeorará gravemente, la cifra de 4 millones sólo puedo aumentar—y de seguro lo hará rápidamente.
A medida que la crisis política en Venezuela se ha exacerbado, particularmente desde las protestas del año 2016, la comunidad internacional ha intentado—sin éxito hasta el momento—reestablecer la democracia en el país mediante una combinación de incentivos y desincentivos.
En primer lugar, distintos entes extranjeros han impuesto sanciones financieras a funcionarios gubernamentales de alto rango, han restringido la emisión de más deuda venezolana, y han intentado promover un diálogo infructuoso entre el gobierno y la oposición.
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La comunidad internacional está al tanto del agravamiento de la crisis humanitaria, pero el propio gobierno—ignorando flagrantemente lo que sucede a nivel de calle—no ha solicitado ayuda humanitaria alguna.
Bajo este escenario, hay una cosa que la comunidad internacional sí puede hacer: Preparar e implementar un plan para lidiar con la ola de refugiados venezolanos.
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El país vecino Colombia, que se estima recibió alrededor de 750.000 venezolanos en 2017 únicamente y un total de aproximadamente dos millones desde 2014, está trabajando en un plan para atender a los migrantes cuando cruzan la frontera. Sin embargo, Colombia también ha señalado que tiene intención de restringir el paso para controlar el flujo de inmigrantes.
Otros países de la región han reaccionado de distintas formas, pero ninguno ha tomado la iniciativa de ofrecer una solución sostenible al problema. Es hora de que alguien lo haga.
Las Naciones Unidas junto con la Organización de Estados Americanos deben reconocer a este problema como una crisis de refugiados para que el mundo pueda prestarle la debida atención y brindar soluciones.
Tanto las organizaciones multilaterales como el Banco Mundial y el Banco Interamericano de Desarrollo así como como los países donantes (EE.UU. inclusive) podrían brindar apoyo financiero a aquellos países que alberguen refugiados.
En efecto, en un evento reciente en Brookings la directora gerente del Grupo Banco Mundial, Kristalina Georgieva, afirmó correctamente que aquellos países que presten el servicio público de recibir refugiados deben ser apoyados por la comunidad internacional. El momento de hacer algo al respecto es ahora.
Existe una gran cantidad de evidencia científica que sugiere que los inmigrantes pueden aportar beneficios muy positivos a la economía receptora. Irónicamente, un buen ejemplo de esto es la propia Venezuela, que fue destino de decenas de miles de inmigrantes procedentes de Europa y otros países de América Latina en busca de un futuro mejor.
Estos inmigrantes—mis abuelos son un excelente ejemplo—fueron recibidos por el pueblo venezolano con brazos abiertos, y posteriormente ayudaron a construir un país moderno que, en su momento, se consideró tenía la economía más prometedora de la región.
Es hora de que la comunidad internacional asuma su responsabilidad y ayude a otros países a hacer por Venezuela lo que Venezuela supo alguna vez hacer por ellos. Dichos países gozarán de los frutos que den estos inmigrantes a medida que se integren en las economías locales.